
No me cabe la más mínima duda sobre el por qué mi vida lleva nombre de mujer: Desde que nací supe que Dios me había otorgado a la madre que me dio porque de ella aprendería la puntualidad, la dignidad, el perdón, la oración, el amor y todo lo que soy, decirlo sería pasarme algún calificativo y ella es simplemente Amalia.
Imaginarme mi historia sin haber tenido a mi bella abuela. La abuela a quien me disfruté como loca y a veces siento me faltó más tiempo. Les confieso que hoy día sigo conversando con ella en sueños y desde donde está sé que me guía en cada acción.
Mis tías han sido fundamentales en mi crecimiento. Cada una con una personalidad especial, autentica y mágica. Carmen, María y Ana. Esos nombres en mi existir tienen cada uno un significado.
María el consentimiento, la risa, las jugadas en el piso, la niñez eterna, es que mi tía María es muy ella, muy como le da la gana, quién no la adora con su cuentos e historias. Y por supuesto de donde sale que yo quiera escribir éstas cosas hoy, luego de una de esas ricas y sabias conversaciones que tengo en mi etapa de mujer con mi tía Carmen.
Mi tía Carmen Teresa es sinónimo de humildad, de bondad, sencillez y mucho más, me quedo corta. Como le dije hoy si ella sonríe, quién no puede sonreír? Todos los que saben mis historias cercanas, saben a qué me refiero y es por eso que cada día sigo nutriéndome de cada conversación con mi tía Carmen.

Mi tía perdió hace muchos años a su Gustavo Enrique, hace ya mucho que él está con Dios y mi tía con una resignación y una inmensa fe ha llevado su vida con paz y calma. Verla es querer conversar con ella, sentir sus manos y ver su mirada llena de pura honestidad. Ella es una de esas mujeres de mi vida que adoro poseer en mi historia.
Detenerme en hablar de una sola de mis mujeres me parecen injusto para con las otras, porque hay tantas que no deseo dejar de mencionar a ninguna.
Mis primas hermanas, más hermanas que primas: Carola y Anahil, imaginarme sin ellas no tendría mucho sentido. Mariela y yo siempre hemos querido ser como ellas, en la etapa de los quince no existía un día que no soñáramos con alguna pintura de labios de la “Bello” para ver si lográbamos vernos como ella de espectacular. Anahil imagínense, el modelo a seguir: la buena hija, la buena hermana, la buena todo, o sea nuestra Anahil de Valle, de quien seguimos aprendiendo para ver si la emulamos a distancia.

Y por supuesto cómo no mencionar a la mujer más importante de mi vida, la que decide qué hacer con mi corazón, alma y espíritu. Mi bella Bárbara Camila, quien me alegra mi todo y la que me recuerda que cada día en maravilloso y único a su lado. De ella he aprendido a reír como cuando una es niña sin hora ni fecha en el calendario. Ella es mi mejor amiguita, es también mi mejor juez, a su manera me recuerda todo lo que hago bueno y malo. Bárbara es tantas cosas a la vez que mejor les digo a groso modo que así es mi Barbarita.
Es que Dios me premio, me ha dado la dicha de tener a las mujeres más bellas y buenas del mundo en mi historia. Y conste que acá no hay espacio para seguir nombrando a tantas otras de las que sigo aprendiendo como mi tía Mireya, Alida, Cruz, mi Rosa Rosita, mi vecina de siempre Chacha y su combo y todas las demás mujeres que he tenido que conocer para ser quién soy hoy día.
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