Quienes digan lo contrario estarían mintiendo total y absolutamente, porque nosotras siempre vivimos encadenadas a los parámetros de belleza establecidos.
Así no seamos Victoria Beckham o Paris Hilton, nos preocupamos por todas aquellas cosas que nos quitan el sueño y que nos hacen subir la autoestima.
Y qué nos quita el sueño ? Pues respuesta fácil: las uñas, el pedicure, el bronceado, la bendita moda y las cosas básicas para una mantenerse con una buena presencia.
Cada día el hecho de mantenerse con el paso de los años nos obliga a estar al día de cómo cuidarnos la piel del sol, las piernas de las varices o los brazos de la flacidez, en realidad son tantas cosas, que las mujeres nunca paramos.
Cuando estamos jóvenes nos preocupamos por los granitos de la cara que salen producto de ese montón de hormonas moviéndose sin parar.
En esos días nuestras mamas son nuestras cómplices y visitan cuando dermatólogo exista y le recomiende la mejor amiga para para encontrarle la cura a las benditas pepitas de su primogénita.
Nuestras tias-abuelas compran cuanto producto vendan por televisión y hasta nuestros primos nos recomiendan ponernos la menstruación en la cara y a tomar jugo de tamarindo en ayuna.
Más tarde cuando nos vamos acercando a los 20 estamos con el asunto que no tenemos suficiente seno, que si los tenemos pequeños y pues algunas esperan que la naturaleza cumpla su cometido, otras deciden por los sostenes rellenos y pues algunas nos decidimos visitar al cirujano por aquel 34b como mínimo.
En realidad la lucha no para JAMáS, la belleza o la buena presencia, son nuestro objetivo desde siempre, es que ser mujer no es fácil. Y la que diga lo contrario que tire la primera piedra y eso lo digo hasta por las que se preocupan menos por lucir divinas.
Claro está, no es que ahora van a empezar a suponer que soy una “chica plástica”, nada de eso, mira que una se cultiva por dentro, lee Benedetti, Cortazar, García Márquez y hasta los libros de la abuela, por aquello de la belleza integral y del crecimiento personal.
El caso es que ya con unos veintidós y esa talla deseada el gimnasio es nuestro mejor amigo a juro y los postres los más detestados, es como una especie de relación amor-odio.
El eterno problema de la celulitis nos obliga a mantenernos alejadas de los lacteos “supuestamente”. Nada de heladitos de vainilla “según”, ni quesito duro con arepita “eso dicen”.
El pelo, Dios cuanto dinero se gasta en el bendito pelo. Que si lo tenemos lizo es que la moda dice que es con rulos, que si es enrollado utilizamos todas las cremas dominicanas y la keratina brasilera para ponerlo lizo.
Ni hablar de las extensiones, para que gastar pólvora en zamuro. Desde que se inventaron con todas las que me he puesto he podido comprarme una casa.
Bueno la verdad que los veinte transcurren tratando de llegar a los treinta luciendo siempre de veinte. Combatiendo todo daño a la belleza.
Y lo más cumbre que aquellas que probamos la maternidad a finales de los veinte, empezamos la lucha con el metabolismo y por quitarnos lo que sobra. Y aunque una se vea bien nunca en suficiente.
Es que no paramos nunca, porque si veo a mi madre, tias, amigas de mayores, vecinas, doctora de cabecera todas andan en lo mismo.
Desde la más estudiada, hasta la menos preparada siempre ha vivido su vida tratando de mantenerse por lo menos presentable, impecable o perfecta.
Antes muerta que sencilla jjjajaja… Un poco de frivolidad no cae mal.